27 octubre 2009

¿Qué es la manipulación?

Fantástico artículo del periodísta y antiguo corresponsal de guerra Chris Hedges. Inicide, como otros muchos, en uno de los problemas más graves, no sólo en EE.UU sino en todos los países occidentales en mayor o menor medida. Es el modelo americano de cultura.


Chris Hedges

Vivimos en dos Américas. Una América, que en la actualidad es la minoría, funciona en un mundo basado en textos impresos que sabe leer y escribir. Puede lidiar con la complejidad y tiene las herramientas intelectuales para separar la ilusión de la verdad. La otra América, que constituye la mayoría, existe en un sistema de creencia basado en lo irreal. Recibe información mediante narrativas simplistas e infantiles y mediante clichés. Se le crea una confusión por ambigüedad, matices e introspección. Esta división ha separado al país más que en razas, clases o géneros, rurales o urbanos, creyentes y no creyentes, estado rojo o estado azul, en entidades antagónicas con diferencias radicales e insalvables.
Esta última América, dependiente de imágenes de información manipuladas hábilmente, se ha separado de la cultura basada en textos impresos de los que saben leer y escribir. No puede diferenciar entre mentiras y verdades.
Hay más de 42 millones de americanos adultos. De ellos 20 porciento tienen diplomas de bachillerato, el resto no puede leer. Así como 50 millones que leen a un nivel de cuarto o quinto grado. Casi un tercio de la población de la nación es analfabeta y apenas sabe leer y escribir. Estas cantidades están aumentando en un estimado de 2 millones al año. Pero hasta aquellos que supuestamente saben leer y escribir se repliegan en enormes cantidades a esa existencia basada en la imagen. Un tercio de los graduados de bachillerato, junto con un 42 porciento de los graduados de la enseñanza superior, nunca leen un libro después que terminan la escuela.
El año pasado, ochenta porciento de las familias en los Estados Unidos no compraron un libro.
Es extraño que los analfabetos voten y cuando lo hacen no pueden tomar decisiones basadas en información textual. Las campañas políticas americanas, que han aprendido a hablar en la cómoda epistemología de las imágenes, evitan las ideas y política reales usando consignas baratas y apaciguadoras narrativas personales. La propaganda política que ahora se enmascara como ideología. Las campañas exitosas son instrumentos sicológicos cuidadosamente elaboradas que manipulan los inestables estados de ánimo, emociones e impulsos del público, muchss de las cuales son subliminales. Ellas crean un éctasis público que anula la individualidad y fomenta un estado de insensatez. Ellas nos empujan hacia un eterno presente. Ellas complacen a una nación que ahora vive en un estado de amnesia permanente. Es estilo y cuento, no contenido o historia o realidad lo que informa nuestra política y nuestras vidas. Preferimos las ilusiones alegres. Y funciona porque una gran parte del electorado americano, incluyendo aquellos que debían saber mejor, ciegamente echan balotas por consignas, sonrisas, las escenas de la familia alegre, narrativas y la sinceridad y el atractivo percibidos de los candidatos. Confundimos lo que sentimos con el conocimiento.
Las campañas políticas se han convertido en una experiencia. Las mismas no requieren de habilidades cognoscitivas o autocríticas. Ellas están diseñadas para alimentar sentimientos seudo- religiosos de euforia, autoridad y salvación colectiva
Los analfabetos y semi-analfabetos, una vez que se terminan las campañas, permanecen impotentes. Ellos aun no pueden proteger a sus hijos de las escuelas públicas disfuncionales. Ellos aun no pueden entender los tratados de préstamos predatorios, los embrollos de los documentos de hipotecas, los acuerdos de las tarjetas de crédito y las líneas de crédito sobre la equidad de sus casas que los lleva a la venta de la casa hipotecada o a la bancarrota. Ellos aun luchan con las tareas más básicas de la vida diaria desde leer instrucciones en los pomos de medicina hasta llenar modelos del banco, documentos para préstamos de automóviles y papeles para los beneficios de desempleo y los seguros. Ellos observan impotentemente y sin entender cómo cientos de miles de trabajos se pierden. Ellos son rehenes de las marcas. Las marcas vienen con imágenes y consignas. Las imágenes y las consignas son todo lo que entienden. Y aquellos que les sirven, también semi-analfabetos o analfabetos, marcan las órdenes en las cajas registradoras cuyas teclas están marcadas con símbolos y cuadros. Este es nuestro valiente nuevo mundo.
Muchos comen en restaurantes de comida rápida no solamente porque son baratos sino porque pueden ordenar de cuadros más que de menús.
Los líderes políticos en nuestra sociedad post-alfabetizada ya no necesitan ser competentes, sinceros u honestos. Solamente necesitan aparentar que tienen estas cualidades. Más que todo ellos necesitan un cuento, una narrativa. La realidad de la narrativa es irrelevante. Puede estar completamente en desacuerdo con los hechos. La consistencia y el encanto emocional del cuento son lo máximo. La habilidad esencial en el teatro político y la cultura del consumidor es al artificio. Aquellos que son mejores en el artificio, triunfan. Aquellos que no dominan el arte del artificio, fracasan. En una era de imágenes y entretenimiento, en una era de gratificación emocional instantánea, no buscamos ni queremos honestidad. Pedimos que se nos complazca y entretenga con clichés, estereotipos y narrativas místicas que nos digan que podemos ser quienquiera que queramos ser, que vivimos en el país más grande de la tierra, que estamos dotados con una moral y cualidades físicas superiores y que nuestro glorioso futuro está predestinado bien por nuestros atributos como americanos o porque estamos bendecidos por Dios, o por ambas cosas inclusive.

La habilidad de magnificar estas mentiras simples y aniñadas, repetirlas y tener substitutos que las repitan en interminables vueltas de nuevos ciclos, le dan a estas mentiras el aura de verdades indisputables. Continuamente nos alimentan con palabras o frases como “sí podemos”,” tienes iniciativa e independencia”, “cambio”,” en pro de la vida”, “esperanza” o “guerra contra el terrorismo”. No tener que pensar nos produce bienestar. Todo lo que tenemos que hacer es visualizar lo que queremos, creer en nosotros mismos y convocar a esos ocultos recursos internos, ya sean divinos o nacionales, que hacen que el mundo se conforme acorde a nuestros deseos. La realidad nunca es un impedimento para nuestra mejoría.

El Princeton Review analizó las transcripciones de los debates Gore-Bush, los debates Clinton-Bush-Perot de 1992, los debates Kennedy-Nixon de 1960 y los debates Lincoln-Douglas de 1858. Esta compañía revisó estas transcripciones usando una prueba de vocabulario estándar que indica el estándar educacional mínimo que se requiere para que un lector capte el texto. Durante los debates de 2000 George W. Bush habló a nivel de sexto grado (6.7) y al Gore a un nivel de séptimo grado (7.6). En los debates de 1992, Bill Clinton habló a un nivel de séptimo grado (7.6), mientras que George W. Bush habló a un nivel de sexto grado (6.8) como lo hizo H. Ross Perot (6.3). en los debates entre John F. Kennedy y Richard Nixon los candidatos hablaron en lenguaje utilizado por estudiantes del décimo grado. En los debates de Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas los resultados fueron un lenguaje utilizado por estudiantes de onceno grado (11.2) y duodécimo grado (12.0), respectivamente. Esta es la razón de porqué la filmografía y el teatro serio y otras expresiones artísticas serias, así como periódicos y libros están marginados por la sociedad americana. Voltaire fue el hombre más famoso del siglo XVIII. En la actualidad la persona más famosa es Mickey Mouse.
En resumen, la retórica política en la actualidad está diseñada para que la comprenda un niño de 10 años o un adulto con un nivel escolar de sexto grado. Está dispuesta para este nivel de comprensión porque la mayoría de los americanos hablan, piensan y se entretienen a este nivel
En nuestro mundo post alfabetizado, debido a que las ideas son inaccesibles, hay una necesidad por una constante estimulación. Los productos culturales que nos fuerzan a examinarnos a nosotros mismos, a nuestra sociedad, están condenados como elitistas e impenetrables. Hannah Arendt advirtió que la mercadización de la cultura lleva a su degradación, pero esta mercadización crea una nueva clase de celebridades de intelectuales que, aunque lean bien y estén bien informados, ven su papel en la sociedad como de persuasión de las masas para hacerles creer que “Hamlet” puede ser tan entretenido como “El Rey León” y quizás hasta tan educativo. Ella escribió, “La cultura está destruyéndose para producir entretenimiento”.
Las noticias, los debates políticos, el teatro, el arte y los libros se juzgan no por el poder de sus ideas sino por su habilidad de entretener.
“Hay muchos grandes autores del pasado que han sobrevivido a siglos de olvido y abandono”, escribió Arendt, “pero todavía es una interrogante abierta si ellos podrán sobrevivir a una versión de entretenimiento de lo que ellos tienen que decir”.

El cambio de una sociedad basada en textos impresos a una sociedad basada en imágenes ha transformado nuestra nación. Enormes segmentos de nuestra población, especialmente aquellos que viven en el abrazo de los derechos cristianos y la cultura del consumidor, están completamente alejados de la realidad. Ellos carecen de la capacidad para buscar la verdad y lidiar racionalmente con los crecientes males sociales y económicos. Ellos buscan claridad, entretenimiento y orden. Ellos están deseosos de utilizar la fuerza para imponer esta claridad en otros, especialmente en aquellos que no hablan como ellos hablan y que no piensan como ellos piensan. Todas las herramientas tradicionales de democracias, incluyendo la verdad científica e histórica desapasionada, los hechos, las noticias y el debate racional, son instrumentos inútiles en un mundo que carece de la capacidad de utilizarlos.

En la medida en que nos adentramos en una devastadora crisis económica, una que Barack Obama no puede detener, habrá decenas de millones de americanos que serán despiadadamente rechazados. En la medida en que sus casas hipotecadas se pongan a la venta, en la medida en que pierdan sus trabajos, en la medida en que sean obligados a declararse en bancarrota y a ver sus comunidades derrumbarse, ellos se refugiarán aun más en sus fantasías irracionales. Ellos serán conducidos a albergar rutilantes ilusiones autodestructivas por nuestros modernos Flautistas de Hamelin – nuestros propagandistas de las corporaciones, nuestros predicadores charlatanes, nuestras celebridades de los noticieros de la televisión, nuestros padres espirituales por esfuerzo propio, nuestra industria del entretenimiento y nuestros demagogos políticos – quienes ofrecerán formas de escapismo cada vez más absurdas.
Los valores esenciales de nuestra sociedad abierta, la habilidad de pensar por uno mismo, de llegar a conclusiones independientes, de expresar disentimiento cuando el juicio y el sentido común indican que algo anda mal, de ser autocrítico, de desafiar la autoridad, de entender los hechos históricos, de separar las verdades de las mentiras, de abogar por cambios y de reconocer que hay otros puntos de vista, diferentes maneras de ser que son aceptables moral y socialmente, están extinguiéndose
Obama utilizó cientos de millones de dólares en los fondos de su campaña para atraer y manipular este analfabetismo e irracionalidad a su favor, pero estas fuerzas probarán ser su némesis más mortífera una vez que ellas choquen con la horrible realidad que les aguarda.


Traductora: María Luisa Hernández Garcilaso de la Vega
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