20 agosto 2012

Carta al director de un Instituto: los niños de pijamas sin rayas



Un amigo me manda una copia de la carta que envió al director del Instituto al que van sus hijos en Madrid. Como me ha parecido muy interesante, la reproduzco aquí:



Estimado director,

Quiero manifestarle mi malestar por la actividad que aparentemente se prepara en su Instituto y que consiste en que nuestros hijos vean la película “El niño del pijama a rayas”.

Vaya por delante que creo que es bueno enseñar a nuestros hijos la historia en su cruda realidad, sin edulcorantes. Deben saber de qué es capaz el ser humano cuando libera su odio sobre otras personas. Por desgracia no hay que remontarse mucho para ver algunos ejemplos recientes de esa crueldad, por ejemplo: el “épico” exterminio de la población nativa norteamericana, la deportación masiva de africanos para ser utilizados como esclavos en ese mismo país, el genocidio del pueblo armenio por los turcos, las carnicerías soviéticas sobre ucranianos y polacos, el asesinato de millones de personas opuestos a las dictaduras estalinista y maoista, las recientes matanzas en Ruanda, la destrucción de ciudades enteras como Hamburgo o Colonia durante la Segunda Guerra Mundial, e incluso el lanzamiento de bombas atómicas sobre población civil. Muchos de éstos crímenes contra la humanidad no sólo no se han juzgado, sino que se siguen justificando.

Sin embargo, aun siendo todos igualmente terribles, ninguno de ellos tiene un reconocimiento equivalente al que se ha dado a la matanza de judíos que conocemos como “el Holocausto”. Sobre el Holocausto hemos podido ver infinidad de películas, documentales y series de tv, museos, monumentos conmemorativos, libros, obras de teatro y hasta musicales. Todo esto tiene un objetivo, aunque muy pocos son quienes se han atrevido a denunciarlo. Se trata de toda una “industria mediática” de la que algunos obtienen un especial rédito político e incluso económico.

Si analizamos la evolución de esa “industria” que surge a finales de los años 70, seremos testigos del chantaje del que está siendo objeto Occidente desde entonces por no haber evitado el Holocausto. Los promotores de ese sentimiento de culpabilidad logran, entre otras cosas, una eficaz inhibición de las críticas hacia la política de ocupación en Palestina. A ninguna otra nación del mundo se le permitiría por ejemplo, hacer lo que Israel le ha hecho al pueblo palestino, tener armas nucleares sin haber firmado el tratado de no proliferación, o ignorar de forma sistemática todas las condenas de Naciones Unidas. Parece que al pueblo judío hay que compensarle por su sufrimiento.

Desgraciadamente el “Holocausto” se ha convertido ya en un hecho histórico hipertrofiado por causa de esa manipulación. Su exaltación ha llegado a tal punto que quizás sea hoy el único dogma indiscutible de Occidente. En casi todos los países de Europa se puede cuestionar la existencia de Dios, blasfemar o incluso insultar a sus mártires nacionales sin miedo de acabar en la cárcel por ello, pero una simple mención en público sobre “El Holocausto” expresando la más mínima duda, ha llevado al destierro y a la cárcel a investigadores e historiadores de toda condición.

No quiero que mis hijos sean objeto de esa manipulación y de ese chantaje. Si finalmente ven esa película de la mano de sus profesores, me gustaría que también vieran cómo el pueblo palestino ha sido expulsado de sus tierras mientras sus casas eran destruidas, sus familias masacradas o confinadas en campos de refugiados y luego privadas de sus más elementales derechos; todo ello planificado y ejecutado a sangre fría precisamente por quienes se dicen descendientes de aquellos que sufrieron una persecución similar unas pocas décadas antes.

Si algo hay que debemos enseñarles sobre el pueblo judío es su maravilloso legado cultural, intelectual y científico, pero nuestros hijos no son responsables de la persecución de la que han sido víctimas a lo largo de su historia, y no les deben nada por ello. A ellos hay que enseñarles que la persecución, el genocidio y el odio son obra de la ignorancia y la soberbia, y que muchos pueblos han sido y siguen siendo víctimas de ese odio.

Por estos motivos le trasmito mi preocupación y le pido a usted y a los profesores responsables de esta iniciativa (a los que le ruego haga llegar esta carta), que tengan en cuenta también las voces de quienes sufren la persecución hoy día, pero no tienen acceso a los grandes medios de comunicación de masas.

Atentamente,